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Texto: The Sad-Eyed Girl
Se paseaba por el borde de la piscina con los brazos en cruz haciendo equilibrios para no caerse. Un pie primero, el otro justo después. Sus zapatos de tacón se lo estaban poniendo difícil y ahora se preguntaba por qué no había pasado por casa al salir de sus clases para cambiarse de ropa. En ese momento, su calzado se veía de lo más inapropiado para aquel lugar. En cualquier caso, ir al descampado de la piscina abandonada no había sido idea suya, pero cuando Hugo se lo había propuesto no había tardado ni un segundo en decir que sí con la cabeza. Él la observaba tumbado en el suelo, con la cabeza apoyada en las palmas de sus manos y balanceando un pie dentro de aquel espacio que en algún tiempo mejor debió de estar lleno de vidas y de agua.
-Entonces, ¿tú qué opinas? -le preguntó mientras seguía sus movimientos con atención.
-Lo cierto es que no lo sé, no sé qué decir -dijo esquivando la escalerilla y deteniéndose con un saltito frente a él-. Tal y como yo lo veo no debería darte miedo decírselo, sabes bien que a ella le gustas, ¿no? -lo dijo muy seria, intentando no morderse la lengua y demostrar de ese modo que le molestaba que él le hablase de otra, de otra que no fuese ella misma. Intentaba comportarse como siempre lo hacía con él, nunca dejando entrever lo que realmente sentía. Las ganas que tenía de acercarse a él y besarle; besarle con los labios y con la lengua y con los ojos; con sus ojos tristes.
Y él mientras tanto seguiría hablándole de otras; de otras que no eran ella, sólo para no admitir jamás que era Martina la única que le importaba. Porque no habría sido capaz de decírselo mirándola a los ojos sin soltar una risita nerviosa llena de años de cobardía y de besos contenidos y de caricias inventadas.
Jejeje
ResponderEliminarQue pena guardase los besos, eso como dice la cancion de Ana Belen: a donde iran los besos que nos damos, que guardamos...
ResponderEliminarPues sí, Encarna, es lo que tiene el orgullo o a veces el miedo...
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